STEVEN GERRARD: EL ADIÓS DEL GRAN CAPITÁN

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El 24 de noviembre se ha convertido en una fecha melancólica para los británicos. Ese día, en 1991, fallecía en Kensington el icónico Freddie Mercury. Sin lugar a dudas, el fundador de Queen dejó una huella imborrable en la historia de la música con su inconmensurable legado. Por aquel entonces, Steven Gerrard contaba apenas con once primaveras y ya acumulaba dos temporadas en las categorías inferiores del Liverpool.

Veinticinco años después, un nuevo suceso volvió a paralizar al mundo británico. Pocos, o casi nadie, imaginaban que Steven Gerrard colgaría las botas. Las ofertas que tenía sobre la mesa, sumadas a los rumores de un posible regreso a Anfield, hacían pensar que su carrera aún tenía cuerda para rato.

Desde que tuve la oportunidad de sumergirme en el fútbol internacional, hubo un jugador que siempre destacaba por encima del resto: un chico elegante, con el ‘8’ a la espalda, capitán de un equipo histórico que, poco a poco, comenzaba a ser superado por clubes de mayor poder económico. Yo solo era un muchacho con escasos conocimientos sobre el fútbol inglés. Fue entonces cuando nació mi admiración por Gerrard.

  • ᴇʟᴇɢᴀɴᴄɪᴀ

Recibía el esférico, alzaba la vista y, con una naturalidad asombrosa, trazaba un pase de 30 metros directo al pie de su compañero. La calidad con el balón fue siempre su sello distintivo. Gerrard canalizaba sus emociones a través del fútbol, y fue ahí donde entendió el verdadero valor de la elegancia. Una elegancia que no se aprende en una academia, rodeado de cientos de chicos que, aunque compañeros, también son competidores que buscan llegar más lejos que tú. Ese estilo, esa distinción, se forja en la calle, el mejor maestro de futbolistas. Allí fue donde Stevie descubrió que la elegancia podía ser su modo de destacar.

  • ᴇxᴀᴄᴛɪᴛᴜᴅ

Gerrard y Michael Owen compartieron más que una ciudad natal: fueron amigos desde la infancia y compañeros de sueños. Ambos sufrieron rechazos por su estatura, un duro golpe en edades tempranas. Sin embargo, encontraron refugio en las calles de Liverpool y en el entorno protector de Anfield, donde comenzaron a forjar su destino. La elegancia de Gerrard siempre estuvo ligada a la precisión. Sus desplazamientos de balón eran el motor que hacía girar al equipo, de un costado al otro, con fluidez. Y mientras dirigía el juego, dejaba entrever otra de sus virtudes: el disparo. Su pierna derecha era mágica, capaz de colocar el balón con una exactitud quirúrgica en cualquier rincón del campo.

  • ᴊᴏɴ-ᴘᴀᴜʟ ɢɪʟʜᴏᴏʟᴇʏ

Gerrard se convirtió en leyenda por su talento, sí, pero también por una fuerza interior que lo impulsó desde muy joven. Esa fuerza tenía nombre: Jon-Paul. Uña y carne durante su infancia, la relación con su primo se vio trágicamente interrumpida en Hillsborough. Jon-Paul falleció en aquella fatídica tarde, tras el colapso de la valla en la grada. Steven, aún niño, fue golpeado por una pérdida que marcó su vida para siempre. Desde entonces, el fútbol se transformó en su refugio, en su forma de canalizar el dolor. La pelota se volvió su terapia. “Nunca lo había dicho antes: yo juego al fútbol por Jon-Paul”, confesó años después. Y así, cada pase, cada gol, cada gesto sobre el césped, fue también un homenaje silencioso. Los lazos estaban destinados a ser eternos.

  • ᴇʟ ‘8’

Quizá para muchos sea solo un número. Para Gerrard, fue pura magia. Ese dorsal simbolizó la consagración definitiva de un jugador destinado a hacer historia. Su primer anhelo fue el ’17’, el número que portaba su gran referente, Paul Ince. Desde que Ince dejó Merseyside, Gerrard lo hizo suyo y lo defendió durante cuatro temporadas. Pero en 2004, algo cambió. El mítico ‘8’ quedó libre, y Gerrard no dudó en hacerlo parte de su piel. Desde entonces, ese número no fue solo un dorsal: fue su bandera, su marca, su legado. El ‘8’ se volvió sinónimo de liderazgo, de garra, de Liverpool.

  • ʟɪᴅᴇʀᴀᴢɢᴏ

Antepuso al club de sus amores frente a potencias mundiales como Chelsea o Real Madrid. Ver a esos gigantes rendirse ante alguien que solo jugaba por honrar la memoria de su primo y dejar de ser uno más resultaba sencillamente especial. Es entonces cuando uno se detiene a reflexionar y comprende el verdadero valor de un futbolista que decide entregar su vida a un solo escudo. Gerrard representa esa parte que permanece contigo donde quiera que vayas. Fue el más rocoso del campo y, al mismo tiempo, el más educado fuera de él. Puede parecer una contradicción, pero es una realidad. Steven logró convertirse en el ejemplo de millones, dentro y fuera del césped.

  • ʀᴇꜱɪʟɪᴇɴᴄɪᴀ

Un día, mientras jugaba con sus amigos en un descampado, la vida de Gerrard estuvo a punto de cambiar para siempre. Al intentar recuperar un balón, lo golpeó con tal fuerza que terminó clavándose un rastrillo en el pie. Las consecuencias pudieron ser trágicas, pero Steven Heighway -médico y figura clave en la historia del club- se convirtió en su héroe. Con una solución alternativa, evitó una amputación que habría acabado con su sueño. Pese al susto, la fuerza de voluntad de Gerrard fue más fuerte. Siguió jugando, superó las adversidades y, con esfuerzo, se ganó un lugar en el primer equipo del Liverpool. En poco tiempo, se volvió imprescindible.

En 2005, ya con el brazalete y el mítico dorsal ‘8’, llegó el momento más icónico de su carrera: la final de Champions en Estambul. Su gol de cabeza encendió la chispa de la remontada. Seis minutos después, un penalti cometido sobre él fue transformado por Xabi Alonso. Gerrard alzó la ‘Orejona’ con toda la rabia y el orgullo acumulados. Aquella celebración tenía un significado profundo. Gerrard no solo representaba al Liverpool: era el Liverpool. El legado de Bill Shankly, los valores de los Reds, la pasión de Anfield… todo encapsulado en una sola figura.

Conquistó Europa, pero su relación con la Premier League fue una historia de amor y dolor. Sabía que el desenlace podía no ser el deseado, pero jamás aceptó el papel de perdedor. Su obsesión por triunfar marcó su vida y lo convirtió en el capitán que todos soñaron tener. La grandeza de Steven Gerrard no se mide en títulos, sino en la forma en que los aficionados lo recuerdan: eterno.

El fútbol le debe más de lo que jamás podrá devolverle a Steven Gerrard. Uno de los momentos más duros de su carrera -y quizá de la historia reciente del Liverpool- ocurrió en una soleada tarde de abril de 2014. Era el 27, en Anfield, cuando el Chelsea llegó dispuesto a aguar la fiesta. Bastó un instante: un resbalón inoportuno, cruel, que terminó en gol y alejó al Liverpool de su ansiada Premier League. En la jornada siguiente, el sueño se desvaneció. Otra vez segundos. Aquella tarde, el fútbol entero lloró. Y aunque nadie lo sufrió más que él, Gerrard no se escondió. Dio la cara, como siempre lo hizo.

Si ustedes aman el fútbol, idolatrarán a Gerrard. No solo por lo que jugó, sino por cómo lo vivió. “Ha sido aplaudido por los más acérrimos rivales en estadios donde pocas veces se fue con una sonrisa”. Ese respeto no se compra: se gana con honestidad, entrega y talento. Steven se despide momentáneamente del fútbol. No es un adiós, es el punto y aparte más trascendental de su historia.

Gracias, Steven, por enseñarme que ser pequeño no es un obstáculo, sino el primer paso hacia la grandeza. Por mostrar que la verdadera fuerza está en cómo te levantas, no en cuántas veces caes. Gracias de corazón, Steven, por cruzarte en mi camino y hacer del fútbol algo más que un juego.

✍️ Pablo Cartas

💻 Juani Guillem

🗓️ (24/11/2016)

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Redacción Premier League

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